Juana Acosta y Chevi Muraday
Un sabio dijo que el rencor es un veneno que tomamos para matar a otro, una paradoja absurda e incuestionable. Todo lo contrario es el perdón, ese acto difícil pero absolutamente necesario. A lo largo de mi vida he tomado muchas veces la decisión de perdonar, al igual que en otras ocasiones, no he sido capaz de desembarazarme de las ataduras del rencor. Por esa dualidad sigo caminando e imagino que lo seguiré haciendo el resto de mi vida. Sin embargo, el mágico encuentro con Juana Acosta (por primera vez, al menos en teatro) y Chevi Muraday (una vez más, dentro de una colaboración que espero que nunca cese) me lleva a replantearme mis propios límites, como persona y dramaturgo (¿acaso se pueden separar ambas circunstancias?) ya que ambos artistas me regalan un universo complejo respecto a este tema y me arrojan, por tanto, a un territorio fértil y poderoso.
¿Hasta dónde es capaz de llegar el perdón? ¿Es una decisión irrevocable o requiere de un continuo examen de conciencia? ¿Perdonamos con nuestra mente o con nuestro corazón? ¿Es la justicia lo opuesto al perdón, ya que, como aseguraba Séneca, el perdón es la remisión del castigo debido y por lo tanto no hay que hablar de ello sino de clemencia? Nuestra labor con este apasionante espectáculo quizá no sea la de dar respuesta a estas preguntas, pero sin duda el reto es encontrar la manera de formularlas con el cuerpo y la palabra, la luz y la sombra, la música y el silencio, la emoción y la razón y que taladren la conciencia de los espectadores. Les pedimos "perdón", de antemano, por el atrevimiento.
Juan Carlos Rubio